Un saco de carne, huesos, grasa, pelos y cartílagos puede ser un templo espiritual o un refugio afectivo. Sin embargo, en la contemporaneidad, los cuerpos en sí mismos han dejado de significar algo específico. Sus figuras han perdido los contornos. Las construcciones sociales binarias —que amarran los comportamientos y los afectos con la genitalidad— ya no son suficientes. Los seres ocultos que nos habitan están hambrientos de movimiento; sedientos de nuevas relaciones posibles, ávidos de otras huellas y, en consecuencia, transgreden, confrontan y deforman las representaciones de lo humano.
Tras la marca irrebatible de la muerte el cuerpo deviene materia urgente, plasticidad inconclusa, desbordante; una interfaz que permite la (re)conexión con el cosmos. Intentar darle sentido a la experiencia física, dejar un rastro vibrante; devenir-con múltiples rostros, manos, piernas, alas, tentáculos, bocas y cerebros invisibilizados, tanto en la Historia como en la imagen.
Incendiar los límites, devorar las categorías antropocéntricas, deglutir y darle paso a una arcada que entraña nuevas formas; elongaciones frenéticas. Convulsiones, dolores, luchas, placer y alucinación. Mientras que, en el momento cumbre de la preñez, las carnes se abren, se duplican, se contraen, se desdoblan y adoptan nuevas manifestaciones de la vida, el mar furioso durante una tormenta lo engulle todo. Despliegue infinito de errancia y movimiento, latencia cíclica, intercambio de palabra, contacto físico entre seres, relatos disonantes: conjurar otras maneras de habitar la materia.
Las obras que conforman esta selección —a través de herramientas y puntos de vista diversos— abordan problemas relacionados con la corporeidad y sus lugares de encuentro con la de-construcción del género como categoría determinante, rígida y ruinosa en las sociedades occidentalizadas.