Las calles y lugares de Teherán están llenos de nombres que han ido cambiando con el tiempo con la aparición de diversas ideologías, y esto tiene un impacto en la identidad colectiva de la gente y de la ciudad.

Estos nombres forman parte de la identidad de la ciudad, y nuestro recuerdo de ellos también forma parte de ella. Cambiar los nombres provoca confusión en la identidad de la ciudad, porque nuestros recuerdos se convierten en imágenes abstractas que ya no tenemos en el mundo real y perdemos nuestra conexión con el pasado.

Las nuevas identidades son falsas y artificiales, no tienen pasado ni recuerdos y parecen palabras sin sentido. Sin darse cuenta de que la memoria colectiva sigue su propio camino, preservando la historia dentro de sí y reclamando su identidad.

La ciudad y sus calles se convierten en un memorial que lo ha registrado todo; como un cementerio lleno de muertos de años, y debajo de cada lápida yace un recuerdo y un pasado enterrados.